Después de muchas conversaciones con familia, amigos y terapeutas, me planteé ser optimista.
Se repetía la frase “La Fibromialgia es tu cuerpo diciéndote que te detengas”.
La oración de ponerme STOP no me resonaba, porque analizaba los roles que debía cumplir en plena – llamémoslo “explosión” de la enfermedad-.
Con dos hijos pequeños, pareja, pandemia y viviendo el duelo de la muerte inesperada de mi padre y muy cercano a eso la muerte de mi madre tras años de enfermedades, aún tenía que estar dispuesta para los viajes fuera de la ciudad para celebraciones familiares, apta para responder llamadas telefónicas o mensajes de familia y amigas. Tenía que seguir atendiendo los quehaceres del hogar, vivir con la angustia de no tener mis propios ingresos.
Tenía que seguir extrañando a la mujer que fui y que cada vez se desvanecía más entre Fibromialgia y experiencias de vida.
Entonces me propuse ser optimista, suponía que solo tenía dos caminos para elegir, uno era sumergirme en mi tristeza profundamente, un estado en el cual no “vives en el mundo”, y te encierras aferrada a una fantasía añeja del yo.
Y la otra era solucionar; inventarme que luchar por estar sonriente y bien parada ante el mundo era una declaración de optimismo, entonces debía ser admirada por esta postura jubilosa ante mi adversidad.
Mil aplausos para mí, soy tan divina porque no lloro en público, no hago escándalos, soy bastante silenciosa, no doy molestias a nadie, no pido ayuda porque tengo todo resuelto. Con el optimismo, además, no tenía que dar explicaciones cuando estaba muy mal, me acostumbré a responder “bien, gracias” cuando alguien preguntaba esa -tantas veces desinteresada pregunta- “¿Cómo estás?”.
El optimismo mal llevado te hace más invisible que nunca, porque finges no necesitar de nadie, ocultas la fatiga y el dolor como una buena actriz premiada por todas sus interpretaciones.
Te gradúas de la cátedra “moderación de la queja”, y de a poco ésta se silencia por completo.
Y aunque por dentro llevas un discreto calvario de dolor físico, soledad, impotencia, desesperanza y auto abandono, le quieres gritar al mundo que eres valiente.
El optimismo mal llevado te hace sentir que el mundo se olvidó de tu adversidad, entonces entras en un ciclo atrapante de mostrar una linda cara y disimular, pero en verdad DUELE, y lo que ciertamente quieres es gritarle al mundo que ya no puedes más.
¿Acaso nunca te pasó, que una amiga de varios años te dijo “nunca imaginé que estabas tan mal”?
Optimismo mal llevado no es un arma de doble filo, sino es una lanza con clara dirección hacia tu verdadero yo, no a ese ego que construyes tras mandatos sociales y familiares, que muchas veces te dicen que tienes que ser buena en todo, que tienes que enterrar tus desconsuelos, que tienes, que tienes, que tienes…
Optimismo mal llevado está en el TENGO QUE
Optimismo real está en el QUIERO
Quiero ser libre, y no tengo que acostumbrarme a vivir atrapada en el dolor físico y emocional.
Quiero estar bien, y no tengo que aceptar que la fibromialgia es un calvario.
Quiero sentirme bien, y no tengo que hacer lo que el médico dice.
Quiero todo, y no tengo que conformarme con lo que tengo.
Practica ser honesta contigo misma, irremediablemente esa honestidad se revelará ante el mundo.
Practica:
1. Observarte
2. Escucharte
3. Dejar de di-simular
4. Aceptarte
5. Agradarte
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