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Un poco de historia


Yo fui diagnosticada de fibromialgia el año 2017.

Varios años antes sentí muchos de sus síntomas, pero cada médico que veía me atendía por un síntoma diferente y me daba una medicación para callarlo y así mi cuerpo podía seguir acompañándome a hacer, hacer y hacer, sin pausa porque entre los 30 y los 40 años se trata de hacer mucho… ¿no es así?.

Por lo menos para las que nacimos a finales de los 70 e inicios de los 80, la vida la vivimos así, porque fuimos criadas como la generación de mujeres que salía en masa a educarse, la universidad parecía más un fin que un medio, porque no sólo se trataba de tener una profesión universitaria para tener “un buen trabajo” sino que también había que llenar el espacio de la expectativas de las mamás y los papás que se proyectaban en nosotras, y teníamos que cumplir con esas expectativas como un reconocimiento de herencia familiar.


El exitismo que nos otorgó crecer en los 80, con un modelo económico neoliberalista y de apenas floreciente búsqueda de la igualdad entre mujeres y hombres en las profesiones, los cargos y los sueldos, nos modeló para ser autoexigentes y autocontroladas…estas dos palabras me sirvieron mucho en las entrevistas de trabajo para conseguir los cargos de jefatura en los que me desempeñé por más de 10 años.


- “cuáles son tus principales cualidades”-preguntaba el gerente que hacía la entrevista.

- “soy muy autoexigente conmigo misma y manejo muy bien el autocontrol para enfrentar escenarios difíciles”- esa era mi frase favorita y que yo aseguraba me daba la luz verde en las entrevistas de trabajo.


Se hablaba de los derechos de las mujeres a puerta cerrada, y no era tema de discusión en televisión, y sin redes sociales era difícil viralizar una idea. Las mujeres de los 80 crecimos todas con una lucha tácita y subyacente, y fuimos sacando de a poco la voz, hasta que la sacamos, nos costó hartos malos ratos con el papá, con el jefe que siempre era hombre, y hasta con la pareja.


Nuestras madres eran la primera generación de mujeres de su familia que combinaba trabajo dentro y fuera de casa; salían a trabajar y siempre estaban lindas, bien peinadas y la casa reluciente. Esta imagen admirable esculpió nuestro patrón interior de combinar, siempre hacer 2, 3 ,4 y hasta 5 cosas a la vez.

Estudios, trabajo, casa, pareja, hijos, amigas, padres, hermanos, autocuidado, etc.


Las redes sociales nos llegaron de sorpresa y metió las combinaciones en una juguera de alta potencia. Todo se hizo más intenso, y había que estar presente en todo, responder rápido y pensar rápido.

Nos empezaron a cuestionar: si estaba bien ser mamá y tener un cargo de alta exigencia de tiempo; si estaba bien ser gerenta a los 40 años y no tener hijos; si estaba bien que nuestros bebés pasaran 10 horas en la sala cuna.


Se escuchaba en los pasillos de las oficinas

“para qué trabaja, si no lo necesita, mejor se queda a cuidar a los hijos”

“alzó la voz, parece que anda con la menstruación”

“uy, parecen dueñas de casa peleando”

Comentarios hechos por mujeres y hombres.


Los mandatos familiares y sociales han sido tan pegajosos, que no ha sido fácil mirarnos a nosotras mismas, no nos conocemos bien, no nos hacemos preguntas.

Podemos describir fielmente a nuestras parejas, a nuestras hijas e hijos, a veces hasta les elegimos los platos en los restaurantes, así de bien los conocemos…jajaj.

¿Y a nosotras nos conocemos? ¿estamos seguras de lo que somos?


¿Cuánto rato pasamos mirando la carta de cocteles en un bar para terminar pidiendo el mismo trago que tomamos siempre?


¿Cuántos zapatos nos probamos hasta convencernos de que nos merecemos llevar el par más caro, el que realmente nos gusta desde que entramos en la zapatería?


¿Cuántas veces le has pedido su opinión a tu pareja, para hacer lo que tú ya habías decidido antes de preguntar?


Las mujeres tenemos una intuición maravillosa, y la callamos porque no confiamos en nuestra voz interior. Porque crecimos pensando que teníamos que ser algo parecida a los hombres para no sentir tan fuerte el peso de los juicios de otras, de otros y de nosotras mismas.


Lo que me gusta de la generación de mujeres de la que formo parte, es que ya no es una masa homogénea de mujeres yendo todas por el mismo camino.

Hemos aprendido a diferenciarnos, a porrazos y malos ratos, aunque sin desistir, perseverando al ritmo que cada una necesita y se merece.

Nos hemos diferenciado por una necesidad de ser auténticas, porque nuestras vivencias únicas e irrepetibles han demandado sacarnos el traje de etiqueta y arremangarnos las mangas para no hundirnos.

Ya te sigo contando cuando y porqué me saqué “mí” traje de etiqueta.

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